Nuno Gonçalves

Remedios Caseros

1919 Oporto

Relato de un robo de biocombustible para usos medicinales, según la creencia y el conocimiento populares.

Cuando José abrió la tapa del depósito, inhaló los vapores alcohólicos y eso ayudó a que cesaran los temblores de frío. Los de miedo continuaron. Desenrolló la manguera que llevaba enrollada en el tronco, introdujo un extremo dentro del depósito y cerró la boca alrededor del otro extremo. Acurrucado detrás de un coche, en la fría noche, sobresaltándose con cada ruido, le costó mucho recuperar el aliento suficiente para que el combustible subiera.

El ladrido de un perro detrás de él le hizo inspirar de repente, y tanto la boca como la nariz se le llenaron de vino de Oporto. Abandonó la manguera para lidiar con los jugos gástricos que subían para hacer compañía al combustible, ya que este tardaba en llegar al estómago. La manguera derramaba el preciado líquido por el suelo. Cuando se dio cuenta, aún pudo meterla en el bidón y aprovechar uno o dos litros.

Mientras regresaba a casa, encontró tranquilidad en el ruido que hacía el vino contra las paredes del recipiente.

Chlap, chlap.

Si la noche salía bien, el día siguiente sería el mejor de los últimos tiempos.

Cuando entró en casa, colocó la olla sobre las llamas que aún ardían en la chimenea. La llenó con la mitad del vino y le añadió una cebolla cortada en cuartos.

Solo después fue a ver si ella estaba bien.

Salomé estaba en la cama, como era de esperar. Tosía rítmicamente. Se oía la expectoración gorgoteando en sus pulmones, pero no tenía fuerzas para expulsarla.

José volvió a la cocina, donde los vapores alcohólicos ya se estaban esparciendo por toda la habitación. Arrastró la olla hasta la cama de Salomé. La arrastró a ella también hasta el suelo y le colocó la cabeza sobre el vino con cebolla, cubierta por la sábana.

— No dejes escapar nada. Te sentará bien.

La dejó y fue a preparar el resto. Mezcló lo que quedaba del vino con agua tibia y café. Mientras lo hacía, se admiró al oír que la tos se espaciaba.

Llenó la jeringa y la pequeña manguera de goma.

Cuando volvió a la habitación, Salomé ya se había echado a reír a carcajadas. Se reía como una niña, todavía con la sábana sobre la cabeza y el vino curándola.

José sonrió. Después del enema, seguro que su hermana se curaría.

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